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Algunas veces he dado el 50%, otras el 80%. También el 100% y hasta el 120%. Me perdí completamente

  • Foto del escritor: Luis Montoya Birrueta
    Luis Montoya Birrueta
  • 8 may 2018
  • 2 Min. de lectura

Luis Montoya Birrueta

Recuerdo que cuando era niño me dejaba llevar por mis ilusiones y eran éstas las que iban guiando mi vida, al margen de las “obligaciones y responsabilidades” que me imponía mi entorno, así como algunos problemas familiares bastante intensos que tuve en mi infancia. No obstante, el resultado era que disfrutaba buena parte del tiempo, que la tónica de mi vida era la felicidad, alegría y el gozo.

Entré en la adolescencia y mi corazón, o también podríamos llamarle, ese deseo profundo que surge desde el centro de nuestro pecho, me guio para ahora hiciera una actividad que amaba profundamente; se trataba de los espectáculos. Ese llamado de mi corazón lo escuché con claridad, lo atendí y me dejé llevar por él. No pensé si saldría bien, si saldría mal, si ganaría dinero con ello, si estaría haciéndolo toda la vida; no pensé en nada, simplemente hice lo que mi anhelo, corazón, e ilusión me indicaron.

Las puertas se abrían una detrás de otra, estaba en el sitio indicado a la hora indicada, todo se presentaba de una forma mágica, por decirlo de alguna manera.

Así estuve 12 años hasta que sentí que había llegado el momento de terminar ese ciclo. Y así fue. Lo di por terminado. Pero ahora no escuchaba ninguna voz desde el centro de mi pecho, como cuando la tuve años atrás. Ahora sólo escuchaba las voces de lo era conveniente, lo que debería ser, lo que otros decían que era adecuado, lo que tendría que hacer.

Entonces empecé a seguir a todas esas voces; a todas, menos a la voz de mi corazón, que no sabía si estaba, hablaba, o la habían apagado todos esos deberías y tendrías.

Poco a poco, y sin darme cuenta, me fui perdiendo del camino. Pasaban los años, y seguía haciendo todo lo que debería o tendría que hacer, y en muy pocas ocasiones hacía actividades que realmente me gustaran. Pero, aunque trabajaba y hacía lo que no me gustaba, lo realizaba con fuerza, disciplina, y responsabilidad en la mayoría de los casos, ya que eso es algo que forma parte de mí.

También reconozco que algunas veces no hacía mis tareas con todo el ahínco, y otras tantas actuaba sólo para cumplir de forma elemental con las responsabilidades que había dejado que se impusieran en mí.

Ahora mi felicidad, alegría, y gozo, habían desaparecido casi por completo. Toqué el fondo más oscuro y terrible de mi vida. A partir de ahí, empecé a trabajar muy duro para salir de ese infierno mío.

Así estuve algunos años más; caminando sin caminar, haciendo sin hacer, tropezándome y cayéndome constantemente. Librando la batalla más difícil a la que me había enfrentado, que era vencerme a mí mismo.

Y ahora, después de haberme perdido por completo, después de haberme caído y levantado mil veces, puedo gritar al viento que logré vencerme, que estoy en paz, que soy feliz, libre, y abundante, que hago lo que quiero y disfruto enormemente.

He vuelto a casa y me siento tan bien. Ahora puedo decir que Yo Soy.

Me llenará de inmensa alegría escucharte decir esas mismas palabras.

Gracias por estar ahí.

Te amo.

“Q-La Vida”

Luis Montoya Birrueta

 
 
 

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